Yo, en mi época de primaria, recuerdo que me encantaba ir al colegio, apenas me costaba madrugar y siempre iba contenta. La forma de aprendizaje de los colegios no es la misma que la de los institutos. En los colegios aprendes jugando, haciendo actividades divertidas, compartiendo ejercicios con tus compañeros... sin duda, es la mejor manera de aprender. Y, ¿por qué no hacerlo también en el instituto?
Al entrar en el instituto, desde el primer día, te sientas en una mesa, abres el libro, y ves como el profesor habla y habla y habla sin parar, mientras tú mirando cada diez segundos el reloj deseando que llegue el final de la clase y escuchar el sonido que tanto nos gusta: el timbre de salida. Después, llegas a casa, comes, y nada más terminar de comer (en el caso de que no te eches la siesta) te pones a estudiar, ¿y como estudias? de la manera más aburrida que hay. Te sientas en tu escritorio, abres el libro, lees, y empiezas a memorizar palabra por palabra como si fueras un papagayo, ¿y para qué? para que el día del examen escupas todo lo que has aprendido y al día siguiente se te olvide todo lo que has estudiado, lo que quiere decir, que no has aprendido nada. Consigues aprobar si, y eso ya es un gran logro, pero si no aprendes... ¿qué fin tiene?
Esto nos hace ir sin ganas al instituto, que nos horrorice que llegue la hora de que suene el despertador y tengamos que levantarnos para empezar otro día de tantos. Sobre todo si tienes una asignatura que te cuesta más. El estudiar esa asignatura te hace aburrirte, y el aburrimiento no te permite concentrarte, por lo que estás perdiendo el tiempo, no tienes motivación y al final, te acabas yendo a ver la televisión, y cuando llega el día del examen, suspendes. Esto nos crea frustración, malestar... tenemos que encontrar una solución para esto.